Un día, Shamhat le habló de la amurallada Uruk y de su rey, Gilgamesh, perfecto en fuerza, que como un buey salvaje y cruel señoreaba sobre el pueblo, ofreciéndose a llevarle hasta él. Enkidu, enfurecido al conocer las tropelías que cometía Gilgamesh, accedió.
Una vez en Uruk, se enfrentó a él. Los dos héroes lucharon como toros hasta que el rey dobló la rodilla y se inclinó, vencido.
En ese momento, Gilgamesh comprendió que aquel hombre era su igual. A pesar de la derrota, su furia se aplacó y lo convirtió en su amigo. El encuentro entre los dos héroes cambió el carácter de Gilgamesh quien decidió poner fin, junto a Enkidu, a todos los males que azotaban el reino. En primer lugar, el rey se propuso enfrentarse a Huwawa, el demonio que custodiaba el Bosque de los Cedros. Armados con las mejores espadas que se podían forjar en Uruk, los héroes lucharon contra Huwawa, al que Gilgamesh cortó la cabeza. Una vez en Uruk, los dos amigos se acicalaron y fueron aclamados por el pueblo. Tan bello y heroico apareció Gilgamesh que la gloriosa Ishtar, diosa del amor y de la guerra, le propuso desposarle prometiéndole riquezas, gloria y un poder absoluto sobre todos los hombres; pero él la rechazó con brusquedad, recordándole los llantos que había ordenado para sus amantes y cuánto sufrieron por su causa. Ishtar, llena de ira y de deseos de venganza, pidió a su padre, el dios del cielo Anu, que castigara a Gilgamesh mandando en su contra al temible Toro del Cielo. Anu la escuchó, envió al Toro a la tierra y éste se dedicó a aterrar a los hombres hasta que Gilgamesh y Enkidu se enfrentaron a él, venciéndolo. Ishtar los maldijo por ello, exigiendo a los dioses que les enviaran un castigo por haber dado muerte al Toro Celeste y al guardián Huwawa. Tras una larga asamblea, los dioses decidieron que uno de los dos debía morir. Gilgamesh fue absuelto, pero Enkidu cayó enfermo. Consciente de su inexorable final, el héroe maldijo a la prostituta que le había abierto las puertas a la sabiduría y a la civilización, lamentándose de su vida predestinada; pero, poco después, comprendiendo los beneficios que le había proporcionado el tiempo pasado junto a Gilgamesh, su corazón se aplacó y cambió la maldición en bendición.
Pasaron los días. El sufrimiento de Enkidu, en el lecho, aumentó hasta que, al fin, una mañana, Gilgamesh tocó el corazón de su amigo y comprobó que no latía. Roto de dolor y aterrado ante la visión de la muerte, el rey se arrancó sus bellos ropajes, se vistió con una piel de león y, tras vagar enloquecido por los montes, decidió emprender el más peligroso de sus viajes: ir en busca de Utnapishtim, el único mortal al que los dioses habían concedido la inmortalidad, con la esperanza de que éste le mostrara la forma de conseguir la vida eterna.Gilgamesh anduvo por todos los países, atravesó montes abruptos, cruzó todos los mares, hasta que llegó a las orillas del Mar de la Muerte –al otro lado del cual estaba la isla en la que habitaba Utnapishtin-. Urshanabi, el barquero, le llevó hasta la otra orilla. Utnapishtin le recibió; pero, al conocer su propósito, advirtió al rey que la inmortalidad estaba reservada a los dioses y que nada podría hacer para cambiar el destino mortal de los humanos. Por fin pareció comprender Gilgamesh lo infructuoso de su búsqueda. Tras lavarse y ponerse un manto para vestir su desnudez, se dispuso a regresar a Uruk. Sin embargo, cuando iba a embarcar, Utnapishtin le reveló un secreto: la existencia de una planta similar al espino blanco, que devolvía la juventud a quien la comía. Una última esperanza iluminó el corazón de Gilgamesh quien, atando dos pesadas piedras a sus tobillos, se sumergió en las aguas abisales. En las profundidades, halló la planta; la cogió, a pesar de que le hirió en las manos con sus espinas; liberó sus pies de las pesadas piedras, y el mar le arrojó a la playa.Acompañadode Urshanabi, Gilgamesh partió con la planta pensando en dársela a sus gentes y en comerla él mismo para regresar al estado de su juventud. Tras muchas leguas de viaje, los dos hombres se detuvieron y se prepararon para la noche. Mientras el rey se bañaba en un pozo de agua fresca, una serpiente olió la fragancia de la planta, salió del agua y se la arrebató. Perdida ya toda esperanza de vencer a la muerte, Gilgamesh regresó con las manos vacías a la amurallada Uruk, donde permaneció hasta el momento en que los dioses decidieron que abandonara este mundo, como cualquier otro mortal. Sin embargo, su nombre se hizo eterno, tal como él deseó, pues el recuerdo de sus hazañas permanece todavía entre los hombres. by Laura Olivares
No hay comentarios:
Publicar un comentario